jueves, 19 de junio de 2014

A pesar de todo...




Te elegí como se eligen los libros en una biblioteca: a conciencia sabiendo que lo que me aportarías sería más que lo que me restarías.


No soy de escribir cartas, ni siquiera soy de escribir. Nunca pensé que tanta palabrería podría salvarme de tanto en un momento como este. Un momento en el que los actos se quedan cortos aunque parezca mentira y el decírtelo a la cara resulta demasiado violento.


Tampoco soy de despedidas, creo firmemente en la necesidad de no despedirse nunca, de nunca decir adiós, simplemente un hasta luego. Pero tengo que decirte que esta carta me tira por tierra todo lo anterior. Necesito decirte adiós, necesito decirte que has finalizado un capítulo de mi vida y que, además, lo has hecho como tú has querido.


Te elegí porque al mirarte supe que podrías equilibrar lo que me faltaba. Te elegí porque sentí la necesidad de estar contigo en los momentos en los que antes no pensaba en nadie. Te elegí porque ver tu nombre en mi teléfono me hacía sonreír. Te elegí por eso y por mucho más.


No suelo adelantarme a los acontecimientos, la edad me ha hecho pensar que la felicidad es como los momentos de placer, como el orgasmo. Pequeñas píldoras, sublimes en el tiempo que marcan una situación normal de la vida cotidiana. Pasear contigo en coche, en verano por Madrid con las ventanillas bajadas en silencio es felicidad. Cuando el tráfico parece haber desaparecido para que nosotros bailemos con el asfalto, cuando la música envuelve el silencio que nosotros decidimos mantener. Eso es felicidad. Y ya ves, dura lo que dura. Dura lo que dura el trayecto, las tres calles que queremos recorrer.


Ya no me necesitas de copiloto y yo he decidido rechazar cualquier chófer que decida conducir a donde le de la gana. Y todo porque somos libres. Mutuamente nos hemos equilibrado unas balanzas que ahora nos darán la fuerza y sabiduría necesaria como para saber a quién elegir de acompañante en el próximo viaje.

Y ahora que pienso en todos los momentos en los que estábamos juntos y el silencio era el protagonista. Pienso en las veces que puse las manos en el volante y miraba por la ventana de mi izquierda mientras tú estabas a mi lado. Qué tonta fui, lo que daría ahora por que te subieras en mi coche, por darte un viaje cortito, de esos que piensas que no necesitan cinturón… y qué tonta fui por ser consciente de que eras toda mi vida y no habértelo dicho en cada momento. 

Y ahora que se acaba la vida tengo que decirte que eso que hacías y que tanto me molestaba en realidad no era para tanto. Que mi vida sin ti perdió todo el sentido y que a mi me gustaban las puestas de sol porque tú me agarrabas de la cintura. 
 

Daría lo que fuera por pasar una tarde contigo. Aunque actuásemos como siempre, sin hablar, sin decir nada interesante. Solo por sentarme en la silla de al lado.


Ahora no hago más que pasear sola, leer libros como el alcohólico bebe whisky y pensar en todos los planes que dejamos a medias y que en su día, cuando yo te los contaba en bajito como el niño pequeño susurra a su madre en público, parecían una realidad cercana, un plan inmediato que llevar a cabo cuando nos diera la gana. 


A pesar de todo, de lo bueno, de lo malo, de la felicidad y la incompatibilidad te quiero. Te quiero como se quiere lo que nunca se ha tenido: soñando.

 

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